5.7.10

Diálogo anticipado o monólogo entre dos.

[...] y comenzó a caminar en su dirección, buscando espacio entre la multitud, moviéndose a duras penas, pero disparando sin piedad todas sus armas de mujer. Mientras, él, apoyado de espaldas a la barra, contó mentalmente los segundos que faltaban para que llegara y pronunciara algo. ¿Cómo sería su voz? Siempre se preguntaba eso, pero nunca importaba.

Se puso a su lado sutilmente, de cara a la barra.

- Impresiona tu control -empezó ella.
- ¿Perdona? -en su típica evasiva a cualquier situación. No es que hubiera escuchado mal, y ambos lo sabían.
- La manera en que, desde tu posición, observas todo fríamente. Tu mirada.

Era cierto. Jamás se movía de su sitio. Siempre permanecía parado, estático, sin inmutarse. Sonase la música que sonase, estuviese con quien estuviese, el ritmo vivía en su interior y jamás se manifestaba. Observaba. Callaba. Siempre.

- Supongo que eso que hacéis todos me aburre, no me llena en absoluto. De todas formas, ¿a qué viene eso?
- Te llevo estudiando un rato y...
- ... y no me muevo. Sólo miro. Y sé lo que has estado haciendo en los últimos minutos -cortó él en tono sobrio.
- El caso es que se ve que eres diferente -replicó con sonrisa pícara mientras pedía una bebida.
- Gracias por ayudarme a conocerme -en tono sarcástico, pero calmado, contestó- Y bien. ¿vas a decírmelo ya? Sé que tienes pensado decirme algo.
- ¡Vaya! ¿Para qué voy a decírtelo si ya sabes lo que es? -saltó rápido con indignación, pero sin moverse.
- Ehm... señorita, cuyo nombre no conozco, estás equivocada. Sé que tienes algo que decir, no el qué. ¿Comprendes? -fue su contestación viendo que su rival desmerecía.
- Claro... ahí he fallado.

"Bueno", pensó él, "al menos parece que rectifica, no es estúpida", y se limitó a contestar con un gesto muy propio de él, torciendo el morro a medio sonreir. Así.

- El caso es que... -siguió ella- ... me preguntaba si querías pasarlo bien esta noche. Diversión, ya sabes -dijo sonriendo dubitativamente.
- Es un halago, pero he de rechazar la generosa oferta... -respondió simulando pesadumbre- Seguro que la mayoría de todos estos -añadió con un gesto, como señalando el horizonte- podrían darte lo que pides sin rechistar lo más mínimo. Estarían encantados.
-¿Y por qué tú no? Ellos están vacíos, no me interesan, no valen.
- Porque no puedo, no sé complacer a una mujer. Y no, tampoco bailo, ya lo ves. Lo siento.

Ella le espetó un beso en la mejilla, recogió su vaso y se alejó. Él volvió a sumergirse en su combinado aderezado con vodka -que había estado esperando todo ese tiempo a su espalda, en la barra-, preguntándose cuándo sería el día que aparecería. El día que llegara aquella que le desarmase con palabras, que de verdad le dejara sin nada que decir. Quizá no existiese, o quizá nunca coincidirían. Daba igual.

Y da igual. Él vive a gusto así. Tranquilo.

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